Explorando nuevos límites
El Lago San Pablo es de aquellos lugares de aguas abiertas en el que muchos ecuatorianos que empezamos a nadar en aguas abiertas aspiramos a llegar. Para quienes viven en Quito y sus alrededores, este lago es un punto ideal para practicar aguas abiertas, gracias a su cercanía- entre 1:30 y 2 horas desde Quito-, y por ser más accesible en un viaje de un solo día, en comparación de lo que implicaría viajar a la Costa.
Los fines de semana previos a una competencia nacional en mar o lago, es común que los clubes de Quito organicen una o varias prácticas dirigidas en San Pablo. Estas salidas aportan mucho al nadador, especialmente a quienes van a experimentar por primera vez las sensaciones de las aguas abiertas y no han tenido aún la oportunidad de practicar en el mar.
Había nadado dos veces en el Lago San Pablo antes de intentar un doble cruce a su largo: la primera vez, fue una práctica previa a una competencia; la segunda, durante dicha competición. Semanas después de esta última salida al San Pablo, vi una publicación en el perfil de Instagram de un nadador local, Juan Pablo Flores, en la que publicitaba una salida al Lago San Pablo para nadar en diferentes distancias: medio cruce, cruce simple y cruce doble. Quienes optamos por el doble cruce, nadaríamos un poco más de 7 mil metros.
Tenía muchas dudas antes del día del doble cruce. Estaba indecisa entre ir y no ir, porque sería la primera vez que nadaba sin la presencia de un grupo y entrenador, porque no conocía al organizador, y porque, hasta ese momento, mi máxima distancia de nado había sido 5 mil metros en piscina- divididos en series-. Le comenté a mi entrenador de ese momento sobre esta salida y pedí su opinión. Si bien no tenía muchas referencias de quien organizaba esta salida y sabía únicamente que era un nadador experimentado que ya había participado en ultramaratones acuáticas, me alentó a ir, pues en la salida contaríamos con un bote de respaldo y algunas personas de soporte. Su única recomendación fue que, independientemente de la cantidad de metros que llevase nadando, si llegaba a sentir cualquier dolor punzante en el hombro, me detuviera y subiera al bote.
Junto con un compañero de mi equipo, llegamos a las 6:30 de la mañana al punto de encuentro, el parqueadero del Viejo Muelle. Estuvimos alrededor de 15 personas aquel día, entre nadadores y acompañantes. Aún no tenía un traje de neopreno, por lo que iba a realizar el cruce “a pelo”. Quienes nos apuntamos al doble cruce- entre 4 o 5 personas- fuimos los primeros en iniciar el nado, mientras que los participantes del cruce simple y medio cruce, nos siguieron en el bote junto con los acompañantes, hasta el extremo opuesto del Lago, desde donde se lanzarían al agua para iniciar el cruce y nos darían encuentro.
Sin neopreno, mi reacción automática al ingresar al agua fue la esperada cuando se ingresa al frío: ligeros espasmos y dificultad para respirar. Continué nadando con la cabeza fuera del agua durante las primeras brazadas, después metiendo y sacando la cabeza hasta que me sentí lo suficientemente cómoda para mantener la posición estándar del estilo libre y continuar nadando. El organizador nadó a mi lado durante el primer cruce; los demás nadadores avanzaron a un ritmo superior comparado al mío. Cuando yo apenas estaba llegando al muelle del extremo opuesto, ellos ya estaban empezando su segundo cruce. Antes de realizar el cruce de regreso, me di el tiempo de hidratarme y comer algunos frutos secos. Esta vez, Juan Pablo ya no me acompañó porque debía guiar a las personas del cruce simple y a las del medio; después de unas breves instrucciones y puntos de referencia por parte de él, retomé mi nado.
Recuerdo al cruce de retorno como la parte más retadora del nado, y no precisamente por la fatiga física. De hecho, me sentía en buena condición para avanzar porque siempre mantuve un ritmo constante y relajado. El plano mental fue una historia distinta, y tuve que mantener el diálogo con mi interior para calmar las sensaciones desagradables que emergieron del fondo de mi cabeza durante los últimos 3 mil metros de nado. La primera, la sensación de soledad en la inmensidad de un Lago obscuro y poco visible, con un fondo opacado por la neblina que no permitía ver los puntos de referencia. La segunda, la sensación del contraste entre frío y calor; frío por algunas corrientes que se percibían sentido norte-sur, y calor por los rayos de sol que alcanzaban el cuerpo y que apaciguaban el frío en el rostro con cada toma de aire al bracear. La tercera sensación, el miedo a desviarme del trayecto, de no tener a otro nadador o bote cerca para guiarme. Transcurridas casi 3 horas desde el inicio del primer cruce, llegué al muelle de partida. La mayoría de nadadores ya estaban en el muelle.
Las dudas previas se resolvieron y los miedos iniciales se disiparon con solo empezar, con solo entrar en el agua y nadar.