Al iniciar este blog, pensé que sería interesante mostrar la historia de personas como yo, aficionadas de la natación, sus sueños y miedos, su proceso y camino. La historia de personas que no necesariamente vivimos de este deporte, pero en el que invertimos tiempo y dinero, y en el que encontramos grandes satisfacciones.

Opté por escribir esta primera historia sobre compañero de entreno Homero- con su consentimiento, por supuesto-, porque siento que es alguien quien vive la natación de una manera similar a la mía, y porque tuve el privilegio de nadar junto a él, “codo a codo”, en su primer nado concluido en aguas abiertas, un circuito de 0,5 km. en el mar de Ayangue.

Nadar siempre estuvo en la mente de Homero, como una de esas ideas que rondan y rondan y no nos abandonan hasta que las transformamos en realidad.

Homero es un gran deportista, con la meta de transformarse en un triatleta en el mediano o largo plazo. Actualmente, es un corredor de ultramaratones y ha participado en numerosas competiciones nacionales e internacionales. De la misma manera, Homero es un nadador comprometido, que se encuentra puliendo su habilidad en el agua, y que, a pesar de sus miedos y frustraciones, no desiste en su afán por dominar el medio acuático.

Inicio y miedos

Cuando Homero tenía entre 15 y 17 años, fue a una piscina cercana a Quito, con unos amigos del colegio. Sin saber nadar, se zambulló en la piscina y estuvo a punto de ahogarse. Homero recuerda este momento como aquel que originó su miedo al agua. ¿Cuáles eran esos miedos? No poder pisar el fondo, el pensamiento de que podía ahogarse, de que se iba a hundir, de no saber flotar, de qué hacer si se cansaba y quería descansar.

Enfrentándose a sus miedos y recuerdos de aquel episodio traumático de la adolescencia, Homero decide aprender a nadar. Con la guía de un amigo nadador, durante algunos meses asistió a una piscina para aprender a nadar y saldar aquella deuda pendiente que tenía con el agua.

El objetivo de Homero

Así, otros sueños  empezaron a moldearse. Homero sentía que necesitaba hacer algo más en sus días, que una pieza faltaba. Recuerda la motivación que sintió al ver a un amigo concluir una competencia de Ironman en Florida; la emoción de ver cómo nadaba, cómo corría, cómo rodaba en su bicicleta, y pensó: ¡quiero hacer eso! Con el coste familiar que su actividad deportiva implicó, eligió perseguir su meta de convertirse en triatleta.

Siguiendo su propio camino, Homero decidió comenzar por correr. Una vez dominada esta disciplina, pensó que era momento de hacer las paces con el agua. Por azares del destino, conoció a Luchito, nuestro actual entrenador. Desde entonces, entrena con dedicación, consciente de que las cosas tienen su proceso, de que la mayoría de veces las cosas no suceden de la noche a la mañana. De que quizás hay personas a las que les lleva menos tiempo. Homero no sabe cuándo, sin en 2,3, 4 o más años, pero lo que sí tiene claro, es que intentará una competencia de Ironman, y sabe también que para ello debe entrenar y entrenar.

Homero no busca ser el más veloz, pero sí ser resistente, poder nadar largas distancias, hacer cruces en aguas abiertas alrededor del mundo. Para hacer realidad sus sueños, sabe que hay un largo camino y que debe seguir su propio ritmo. Quiere fluir con su cuerpo y dejar que se adapte poco a poco, algo que ha aprendido de correr. Para él, lo importante es encontrar el punto donde uno pueda practicar deporte de forma consciente, sin arriesgar la salud física, mental y emocional.

Para él, la natación representa la posibilidad de conocer otro mundo, de vivir nuevos lugares desde una perspectiva distinta.

Intentos fallidos, pasitos pequeños

La primera frustración de Homero vino en una competencia en el Lago San Pablo. A los primeros 30 metros de inicio de la competencia, pidió ser sacado del Lago. En ese entonces, lo sintió como una frustración, pero luego lo visualizó como un peldaño más en su proceso. En las competencias que vendrían después, ya sea en el mar o en el lago, tampoco lograría concluir sus pruebas, pero en cada una, iba incrementando los metros que permanecía en el agua. 30, 40, 50, 100, 200, 500 metros. Para lograr su objetivo mayor, Homero está dando pequeños pasos constantes.

Un domingo 3 de marzo, en el mar de Ayangue, Homero lograría concluir su primera prueba en aguas abiertas, con la distancia de 500 metros. Sin detenerse, sin pedir que lo saquen del mar, fluyendo con el medio. Después de terminar mi prueba en la misma competencia, acompañé a Homero en la suya. En palabras de él, esta vez estableció una conexión con el mar desde el principio, sintió seguridad al ir acompañado y ver a alguien al lado suyo en todo momento para poder orientarse, su respiración fluía, sentía nadar en una piscina.

Las lecciones:

  • Persistencia. A pesar de los intentos fallidos, Homero no desistió de su sueño de completar una competencia en aguas abiertas, y no dejó de entrenar e intentarlo. Después de varios fracasos, Homero finalmente alcanzó la primera de todas las metas que seguramente cumplirá.
  • Empezar por lo pequeño. Por abarcar mucho, podemos arriesgar un resultado. Comenzar nadando pocos metros e ir aumentando progresivamente la distancia de nado, puede ser la clave para ganar confianza y experiencia para futuras competiciones. En esta ocasión, Homero tomó la decisión acertada de participar en una distancia corta, de 500 metros. Una elección que le ayudó a mentalizar un objetivo alcanzable y a ganar la seguridad para agregar más metros en sus futuras aventuras.
  • Confianza y trabajo en equipo. Homero nunca dejó de confiar en sus amigos, entrenador y compañeros de equipo para alcanzar su meta, y tampoco de apoyar a los demás para que cumplamos las nuestras.
  • El proceso es individual. No todos seguimos la misma ruta y cada uno tiene sus propios tiempos. Homero fue consciente de que el proceso para alcanzar sus metas no es el mismo que el de otros, forjó su camino y abrazó propios objetivos y tiempos.

Una simple acción nuestra es capaz de influir enormemente en el resto

Con alegría, Homero ha sentido cómo la natación y el deporte le han permitido compartir con otros sus experiencias, enseñar un camino a sus amigos e hijos de estos, mostrarles otro mundo, la infinidad de posibilidades que hay, que se puede ser un referente y hacer algo diferente, que se puede hacer más, que se puede ser más consciente, que se pueden romper esquemas, que se puede contribuir con el entorno, que sin palabras y sí con acciones se puede dar el ejemplo. Que el loquito que corre solo por las mañanas no es tan loquito como parecía.

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