Reflexionando

Lecciones de la natación

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Parte 1

Todos los deportes me parecen maravillosos, por su capacidad de transformar positivamente la vida de las personas. Practicar una disciplina deportiva- seamos aficionados o profesionales- va mucho más allá de la salud física y mental; sin duda, los deportes se han convertido en una verdadera escuela de vida para aquellos quienes nos hemos enamorado de uno de ellos.

En la práctica de un deporte, cualquiera que fuere el que escojamos, podemos ver reflejada una serie de desafíos y retos que promueven, desde un punto de vista experiencial, aprendizajes y lecciones de vida, a través de las pruebas permanentes a las que nos sometemos, física y mentalmente.

Para mí, la natación se ha convertido en esa escuela de vida que por mucho tiempo he buscado habiéndola tenido en frente de mí. Gracias a ella, he podido navegar entre mis pensamientos, asimiliar ideas, hacer consciente lo inconsciente, y, buscar permanentemente en ella analogías que reflejan el mundo fuera del agua.

Para no hundirse, hay que hacer algo. Nadar a ritmo propio, lento o rápido, o simplemente flotar, pero siempre hacer algo.

Somos humanos y tenemos energía finita; evidentemente, no siempre podremos estar en movimiento. En un punto, necesitaremos un descanso que nos permita reorientarnos, redirigirnos o, simplemente, cargar baterías. Pero reposo no significa detenimiento total. Esas pequeñas pausas que tomamos, son una oportunidad para reconectar, reevaluar, replantearnos, para decidir si mantener el rumbo o redireccionarlo.

Para superar las barreras, hay que moverse. Así como al nadar debemos romper la resistencia del agua para lograr avanzar, si en la vida queremos progresar, debemos superar barreras.

Sin referirme al progreso como la consecución de bienes materiales, de éxitos profesionales o familiares; cuando hablo de progreso, me refiero a algo más interno y profundo en nuestro ser, a algo que va más allá de la situación particular de cada persona. Para mí, el progreso se mide mediante la transformación permanente, con el crecimiento de nuestras virtudes y capacidad reflexiva. En un deporte como la natación, que exije estar en presente mentalmente en el momento, donde dispongo de horas y horas para conversar con mi interior, he encontrado el lugar seguro para plantearme esas preguntas introspectivas que cambian permanentemente mi forma de ver la vida.

Lo más difícil es comenzar. En levantarse y empezar se concentra la mayor parte del éxito.

Despertarme a las 04:20 a.m. cada mañana, vestirme y dirigirme a la piscina es para mí la parte más retadora de este deporte. Pero una vez que lo he logrado, siento la satisfacción de quien sabe que, con alta probabilidad de éxito, completará la rutina de ejercicio programada para ese día; con la fortaleza de quien venció al frío y el sueño; con la templanza de quien dejó la comodidad y calidez de la cama; con la justicia de quien no ha roto una promesa consigo mismo. Imaginar la desagradable sensación ya conocida de no haber ido a nadar, es la señal decisiva que me levanta para hacer lo que no siempre es placentero, pero sí necesario.

Trasladándolo al día a día, antes de emprender cualquier actividad, un sinfín de dudas nos asaltarán. Nos preguntaremos qué propósito y sentido tiene hacer lo que queremos hacer, dudaremos sobre nuestra capacidad, pensaremos dos veces si es o no oportuno hacerlo. Pero de algo debemos estar seguros, y es que, todas estas dudas están concentradas en nuestra mente y no son un reflejo objetivo de la realidad. Son simplemente pequeñas trampas con su rol de poner a prueba la autenticidad de nuestra voluntad.

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