Lo bonito de lo imprevisible
El domingo 3 de marzo de este año tuvo lugar la primera competencia del 2024 del Circuito Andes Pacífico, en la comuna de Ayangue, provincia de Santa Elena, Ecuador, a aproximadamente 120 km. de Guayaquil.
Ayangue tiene una pequeña y acogedora playa ubicada en una ensenada en forma de bahía, protegiendo a su playa de las olas, razón por la cual, Ayangue se ha ganado el calificativo de “La Piscina del Pacífico”. Aunque siendo justa, debo decir que, en las dos experiencias que he tenido nadando en este mar, ha estado lejos de ser un piscina calma, sino todo lo contrario.
No tenía planeado viajar por competencias en aguas abiertas los primeros meses del 2024 para enfocarme en mi trabajo y estudios, pero disfruté tanto Ayangue la primera vez que lo conocí en el 2023, que, finalmente, decidí ir para esta competencia. Así, el viernes 1 de marzo, con un par de amigos de otros clubes, viajamos en avión hacia Guayaquil, desde donde tomamos un taxi que demoró 2 horas y 30 minutos en llevarnos hasta la casa en la que nos hospedamos en Ayangue. Conseguimos una habitación en una vivienda con ubicación privilegiada, con salida directa tanto a la playa como a la calle, y a pocos minutos del lugar de inicio de la competencia.
El viernes y el sábado descansamos y realizamos algunas prácticas de reconocimiento en el mar. Aquellos días fueron cálidos, el agua tenía una temperatura agradable y, a pesar de la fuerza con la que las olas rompían en la orilla, el agua estaba relativamente tranquila. El domingo, la competencia arrancaba a las 8:15 a.m. para la distancia en la que participaba, que consistía en 3 km. alrededor de un circuito rectangular delimitado por 4 boyas rojas , al que debíamos dar 2 vueltas para completar los 3 mil metros. Una hora antes de arrancar, en la zona de competencia, me reuní con 2 compañeros de mi equipo que nadaban la misma distancia que yo, para calentar antes de competir. Terminando, nos preparamos para ir a filtros y esperar el inicio de la competición. Pocos minutos después de la hora prevista, iniciamos la competencia. A diferencia de los días previos, este día comenzó nublado, y nadamos sin un sol abrasador, lo cual agradecía. Aun con mi miopía y la presencia de oleaje, pude orientarme relativamente bien en la primera vuelta al circuito.
Un poco antes de acabar el último trayecto de los primeros 1,5 k, cayeron del cielo las primeras gotas de agua que, después de pocos minutos, se convertirían en una fuerte lluvia que nos acompañó hasta el final de la competencia. Así mismo, la aparición de neblina entró como uno de los factores que influyeron en la jornada, al limitar la visibilidad de las boyas, del horizonte e, inclusive, de puntos de referencia más grandes, como las elevaciones o construcciones a lo lejos. Esta fue la primera vez que nadaba en aquellas condiciones. Hasta ese día, había tenido la suerte de coincidir mis nados en aguas abiertas con días ideales, de sol radiante y cielo despejado.
Si bien decidí continuar nadando con estos factores presentes en la ecuación, sí llegué a pensar por segundos en si sería prudente seguir con estas características del ambiente. Lo primero que vino a mi mente fue la probabilidad de rayos con la presencia de lluvia, y en cómo el agua es un buen conductor de la electricidad. Me pregunté por qué, precisamente en esta competencia, decidí participar sin la boya de seguridad atada a mi cintura; si por alguna razón me desviaba de la ruta o algo sucedía, la neblina haría difícil que me visualicen y rescaten. Con la visión trabada por la neblina, disminuida por mi miopía y por unos googles que rozaban con mis ojos todo el tiempo, tuve que pausar con más frecuencia para intentar ver hacia dónde me dirigía o, esperar a que un nadador pasara a mi lado para nadar junto a él, esperando que este nadara en la dirección correcta. En fin, la mente se explayó imaginado un sinfín de escenarios posibles pero no reales. Felizmente, el cuerpo siguió y llegué a visualizar la última boya de referencia antes de concluir el circuito y llegar a la orilla.
Entre la lluvia que continuaba y el recibimiento de mis compañeros, llegué a la meta, superando mi tiempo personal en aguas abiertas para aquella distancia y, como me gusta, con algunas lecciones aprendidas en mi bagaje:
- Nunca se nada dos veces en un mismo lugar. He viajado dos veces a Ayangue, he participado dos veces en una competencia de nado en este lugar, pero las dos veces fueron muy distintas, porque las condiciones no fueron las mismas.
- La precaución no está de más. Aunque nunca he llegado a hacer un uso concreto de la boya durante las competencias, sí considero importante usarla como medida preventiva e, incluso, como un juego psicológico para darnos más confianza al nadar. Podríamos decir que la boya es una especie de seguro, el que puede estar presente mucho tiempo sin que hagamos uso de él, pero que, en algún momento, puede llegar a ser necesario.
- Lo imprevisible es parte del riesgo que asumimos al nadar en aguas abiertas. Al nadar en el mar o el lago, debemos estar conscientes de que no podemos controlar los factores ambientales. Y en ello está la magia de nuestra afición.
- Basta una dificultad para que la mente empiece a divagar. Cuando las condiciones se dificultan, somos más susceptibles de ser invadidos por ideas de un millón de escenarios negativos. Es importante que, en medio de lo inesperado, mantengamos la calma, la objetividad y la concentración mientras nadamos.
- La experiencia da herramientas. La única forma de liberarnos de miedos, de saber cómo actuar ante una eventualidad, es aumentar nuestra práctica y experiencia. A medida que agreguemos más metros a nuestro historial, más horas de nado, y más experiencias, seremos más capaces de actuar en una futura situación imprevista.
- Unos googles adecuados pueden mejorar nuestra experiencia. Para quienes queremos practicar este deporte por un largo tiempo, es una buena idea que invirtamos en unos lentes adecuados que no dificulten nuestro nado.