Antes de nadar en aguas abiertas…
Tomar la decisión de nadar en aguas abiertas requiere de mucha valentía. Más allá de la magia que envuelve nadar en un entorno abierto y natural, quienes nadamos en mar, lago o río, ya sea como práctica o competencia, estamos asumiendo una serie de riesgos alejados del entorno controlado de una piscina.
Los obstáculos allá afuera son tan numerosos como variables; desde situaciones comunes como la deshidratación o insolación, hasta riesgos menos probables como ser mordidos por algún animal. Obviando esta última y poco probable amenaza, en este post me centraré en algunos de los riesgos más comunes, y de los que no era consciente sino hasta que empecé a nadar en aguas abiertas:
- Las medusas. Entrar en contacto con ellas puede ser muy doloroso, como una corriente eléctrica que entumece el cuerpo, sin previo aviso. También puede sentirse como una cosquilla, como la caricia de una pluma que recorre nuestro cuerpo. Antes de nadar en aguas abiertas, no sabía lo que se sentía ser picado por una. Apenas los días previos a mi primera competencia en mar, caí en cuenta de que podía ser picada por una medusa, cuando una compañera me advirtió de que, en aquel mar donde nadaríamos, había muchas aguamalas. Me explicó de una manera bastante precisa cómo se sentía ser picado, y eso me ayudó mucho a no asustarme cuando las sentí por primera vez. En esta primera competencia, descubrí mi tendencia alérgica a su veneno, y lo reafirmaría en todas las competencias de mar que seguirían. Felizmente, las reacciones alérgicas se han limitado a erupciones cutáneas extensas, molestas y que generan mucha comezón, pero nada más grave que hubiese provocado una visita al hospital.
- El sol. Cuando nadamos al aire libre, especialmente en distancias largas y bajo un sol abrasante, podemos sufrir fuertes quemaduras si no tomamos las suficientes medidas para proteger a nuestra piel. Algo que frecuentemente me sucede en las competencias en el mar es una quemadura en la zona del trapecio, debido a la fricción del terno de baño con mi piel, causada por el movimiento repetitivo de los brazos y el sol. Usar abundante protector solar o vaselina en estas zonas de fricción puede ayudar a atenuar este efecto.
- Lastimar a tus ojos. Infecciones por aguas contaminadas, irritaciones por el sol o elementos extraños que entraron a tus ojos. En una de las últimas competencias a las que asistí en el mar, tuve una primera mala experiencia con mis ojos. Mientras participaba en la competencia, empezó a llover y, a medida que nadaba, sentía cómo cruzaba entre basuras y ramas que eran arrastradas por las olas. Cuando salí del agua, empecé a sentir una molestia bastante fuerte en los ojos, como si hubiese mirado fijamente al sol durante horas; mis ojos estuvieron irritados, y no podía dejar de lagrimear. En un inicio, pensaba que podría ser alguna rama o basura que ingresó en mis gafas de natación, pero al revisarme los ojos, no había rastros de ningún elemento ajeno. Lo único que ligeramente aliviaba la molestia era mantener los ojos cerrados. El mismo día de la competencia, regresé a mi ciudad y, al día siguiente, visité al oftalmólogo. Este me indicó que tenía una queratitis- inflamación de la córnea-, generalmente causada por el contacto del ojo con algún elemento extraño. Recordando, el día de la competencia, ajusté demasiado mis gafas para que no filtrara agua, de tal manera que los lentes estuvieron todo el tiempo rozando con mi párpado y córnea. Después de algunos días de paciencia y colirios recetados, la molestia de mis ojos finalmente desapareció.
- Infecciones. Probablemente dependerá del medio en el que nades y de cómo están tus defensas, entre otros factores. En aguas abiertas, existen gran cantidad de microorganismos que podrían llegar a enfermarnos. Por ello es importante informarnos antes del medio en el que nadaremos y procurar evitar aquellas aguas con alerta de contaminación.
¿A pesar de los riesgos de las aguas abiertas te interesa intentarlo? Estar decidido, aun conociendo los riesgos que implica, es una buena señal. Muchos no lo llegan a hacer- o lo retrasan como yo- por el miedo a lo desconocido, a perder el control y a encontrarnos con escenarios para los que no siempre estamos preparados. Tratando de recordar aquellos años en los que nadaba solo en piscina, mi respuesta para quien quería incentivarme a intentar las aguas abiertas era que no buscaba llevar a la natación más allá de la piscina, que para mí era suficiente con cumplir mi rutina diaria de ejercicio. En perspectiva, pienso que era un conjunto de inseguridades el que me impedía intentarlo. Por un lado, pensar que aún no nadaba lo suficientemente bien en la piscina como para aventurarme en un escenario con corrientes, donde no podría pisar ni detenerme a descansar cada que quisiera. Así mismo, el asco a las texturas de los animales y plantas que pudiere atravesar en el mar. Y claro, el temor a cruzarme con uno de aquellos depredadores acuáticos que tantas películas- quizá no tan realistas- han inspirado.
Pero aquí estoy. Con todos estos miedos, en un momento de quiebre personal, y como una manera de desafiarme a intentar algo diferente y que me hiciera muchar contra un miedo, tomé la decisión de intentarlo. Y creo que fue una de las mejores decisiones que he tomado porque me ha permitido descubrir capacidades ocultas, y generar vínculos con otros amantes de la natación. Aquellos miedos que aún tengo, simplemente se esconden detrás de un telón en mi cabeza mientras nado. Son silenciados con cada brazada que doy, con cada metro que avanzo. Y para mi sorpresa, aquellos temores que siento son los que menos amenaza han representado, al contrario de aquellos de los que apenas ahora que nado en aguas abiertas tengo visión.